Marianne Brandt, la artista que revolucionó el diseño

Marianne Brandt, una artista brillante de la historia del diseño moderno. Además de crear piezas de uso cotidiano con unas líneas simples y una belleza extraordinariamente sutil y elegante, fue la primera mujer que llegó a ser directora del Taller de Metal de la Escuela de la Bauhaus. Una gran hazaña si tenemos en cuenta que fue en 1928 y que era un ámbito dominado por los hombres.  

Marianne Liebe nace el 1 de octubre de 1893 en la ciudad alemana de Chemnitz. Estudia pintura y escultura en la Escuela Superior de Bellas Artes de Weimar. Una vez acabados los estudios, se dedica profesionalmente a la pintura, en 1919 se casa con el pintor noruego Erik Brandt (del que se divorciará en 1935) y en 1923 toma una decisión que dará un giro a su vida y su carrera: estudiar en la Bauhaus.

En esa época, la mayor parte de las jóvenes que accedían a la Bauhaus se incorporaban a los talleres textiles o de cerámica. Marianne Brandt, sin embargo, es la primera mujer que se inscribe en el taller de metal. Como ella misma ha explicado en alguna ocasión, al principio no es muy bien recibida, pero su empeño y su enorme talento hacen que, años más tarde, consiga algo insólito: ser la directora del taller de metal tras la marcha de su maestro y director en ese momento, el diseñador húngaro László Moholy-Nagy. Una mujer capitaneando una actividad de estas características genera reticencias y presiones, así que solo dura un breve tiempo en su cargo.

La Bauhaus fue una escuela multidisciplinar fundada en Weimar por Walter Gropius en 1919 que impulsó el funcionalismo y la simplicidad de la forma. Ejerció una influencia tan extraordinaria en la arquitectura contemporánea que consiguió un calificativo propio en lo que hoy se conoce como «estilo bauhaus». En ella se formaron arquitectos, diseñadores y artistas de todo tipo, algunos de ellos figuras indispensables en la historia del diseño. Muchas de estas fueron mujeres, como el caso de Marianne Brandt, una talentosa creadora de obras que tuvieron un gran éxito en su época y que actualmente se comercializan a través de marcas como Alessi o se copian con el nombre de un diseñador de Ikea.  

Marianne Brandt diseñó una gran cantidad de objetos de metal como lámparas, teteras, cafeteras o ceniceros que hoy se siguen vendiendo sin saber que fue ella su creadora y pensando que se trata de una concepción actual. Su célebre modelo de lámpara Kandem 702, a día de hoy denominado flexo, con  múltiples versiones y copiado infinidad de veces. La báscula industrial para la firma Ruppel, que todos conocemos.  

     

Portaservilletas diversos, reproducidos tal cual o con leves modificaciones.

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Destacan por sus exquisitas líneas la tetera MT49, de latón y ébano, y el cenicero esférico Ashtray.

            

Un sinfín de mesillas de noche y lámparas colgantes con incalculables imitaciones.

                

Creaciones todas ellas con formas geométricas puras como el triángulo, el cuadrado y el círculo.

A partir de 1926, Marianne Brandt también se consolidó como fotógrafa, a pesar de que muchos de sus trabajos no se dieron a conocer hasta 1970. Destacan sus preciosos autorretratos reflejados en esferas metálicas, dando un enfoque muy innovador y creando una imagen distorsionada de sí misma en el metal. Estas series, junto con los foto-montajes, reflejan la difícil situación de la mujer en la época de entre-guerras. Un período en el que, a pesar de haber alcanzado una libertad en el trabajo y la sexualidad, todavía seguían vigentes los prejuicios tradicionales.

Con la llegada del nacionalsocialismo, Marianne Brandt tuvo muchos problemas para encontrar trabajo estable. En 1939, por necesidad y a pesar de sus convicciones, aceptó formar parte de la Reichskulturkammer, una organización nazi de artistas, aunque nunca fue miembro del Partido Nacional Socialista.  Una vez terminada la guerra, Marianne trabajó como profesora en Dresde y Berlín y en los años setenta se trasladó a vivir a la República Democrática Alemana, donde recuperó su faceta de fotógrafa. En sus últimos años se centró también en la pintura y la escultura.

Marianne Brandt murió el 18 de junio de 1983 a los ochenta y nueve años de edad en Kirchberg, Alemania. Ingeniera, pintora, escultora, fotógrafa y diseñadora, Marianne Brandt fue y es un referente. Una artista que deslumbró a la Bauhaus, que rompió moldes y nos dejó un legado fruto del ingenio de una mujer inquieta, decidida y con excepcionales aptitudes en disciplinas muy diversas.

Maria Winkelmann y el cometa C/1702 H1

El 25 de febrero de 1670 nació Maria Winkelmann en Leipzig. Desde muy pequeña recibió una educación bastante peculiar para una niña del siglo XVII gracias a que su padre pensaba que las mujeres tenían el mismo derecho a la educación que los hombres. ¡En el siglo XVII!

Siendo aún muy joven empezó a sentir una gran atracción por las estrellas, los planetas y el universo. Un día empezó a trabajar como ayudante de Christoph Arnold, un granjero de profesión y astrónomo aficionado que consiguió avistamientos destacables en su época. Gracias a él, conoció a Gottfried Kirch, un astrónomo treinta años mayor de quien se enamoró y con quien se casaría en 1962 y tendría cuatro hijos.

Maria y Gottfried trabajaban juntos en el observatorio, complementándose. En 1700 nombran a Gottfried astrónomo oficial de la Academia de las Ciencias y se trasladan a vivir a Berlín. Ella solo podrá acceder a trabajar como ayudante por su condición de mujer. Juntos estudian el firmamento y realizan cálculos astronómicos que se utilizarán para confeccionar calendarios y almanaques.

La noche del 21 de abril de 1702, Maria Winkelmann está observando a través de su telescopio. Lleva horas con la mirada atenta al espacio. Ya es madrugada y el cielo está limpio y estrellado. Maria trata de encontrar una estrella variable de la que su marido le ha hablado hace unos días. Ella también quiere observar cómo es la fluctuación en su brillo. Y de repente… ahí está. ¡Es un cometa! ¡Un cometa nunca antes visto! Emocionada, despierta a su marido. Efectivamente, es un cometa desconocido. Y lo ha descubierto su mujer.

A pesar de ello, Gottfried se adjudicó el mérito, seguramente porque sentía vergüenza por no haber sido él el autor de un hallazgo tan prestigioso. Maria continuó durante años con sus observaciones y sus trabajos astronómicos hasta que su marido, poco antes de morir, confesó la verdad entregando uno de sus cuadernos donde explicaba todo lo sucedido. Animó a su mujer a reclamar a la Academia de Berlín el título de Astrónomo Real por este descubrimiento y por todas sus aportaciones a la astronomía. Entre ellas se distinguen elaborados estudios sobre la aurora boreal, la conjunción de Saturno y Venus con el Sol y la predicción detallada de un nuevo cometa.

Nada de todo esto sirvió. Los miembros de la renombrada institución se negaron alegando que Maria no tenía estudios universitarios. Claro que no los tenía. Era imposible tenerlos en su época siendo mujer.

Maria murió el 29 de diciembre de 1720. Fue la astrónoma más importante de su época pero nunca obtuvo tal reconocimiento. Sin embargo ella, de pequeñas dimensiones, como el cometa que descubrió, dejó tras de sí una cola luminosa que ha llegado hasta nosotros. Gracias a su valentía y determinación.

 

Sophie Scholl, la rosa blanca alemana

El 9 de mayo de 1921 nacía Sophie Scholl en Forchtenberg, una pequeña ciudad del estado de Baden-Wurtemberg, al sur de Alemania. Fue una niña feliz, que iba a la escuela y vivía en un hogar agradable junto con sus padres y sus cinco hermanos.

En la adolescencia demostró una fuerte inquietud intelectual y le apasionaba leer los versos de Heine y Rilke o las novelas de Stefan Zweig y Thomas Mann. Todos prohibidos por el Partido Nacionalsocialista que gobernaba en aquel momento. Le encantaba bailar swing, el «baile degenerado» que etiquetó Hitler con desagrado.

En 1942 se traslada a Múnich para estudiar biología y filosofía, año en que comenzó la deportación masiva de judíos. Sophie Scholl apenas tiene 21 años pero una gran madurez y una postura claramente opuesta al nazismo.

Ese mismo año, Sophie Scholl, su hermano Hans Scholl, Alexander Schmorell, Christoph Probst, Jurgen Wittgenstein y Willi Graf decidieron luchar contra el totalitarismo de forma pacífica y fundaron el grupo de resistencia Rosa Blanca (Weiße Rose). Querían despertar la conciencia de los alemanes, denunciar los crímenes del régimen nazi y hacer todo lo posible para acelerar la caída del nacionalsocialismo. Se dedicaban a escribir panfletos, imprimirlos y repartirlos de forma clandestina. El primero de ellos decía: «Para un pueblo culto, nada es más indigno que dejarse gobernar por una camarilla irresponsable guiada por oscuros instintos. ¿No es verdad que todo alemán honesto se avergüenza actualmente de su gobierno?». Compraban el papel en sitios diferentes para no llamar la atención. Trabajaban en secreto. De día y de noche.

El 18 de febrero de 1943 Sophie y Hans lanzaron panfletos desde lo alto de su universidad al patio interior. Fueron descubiertos, arrestados y condenados a muerte. Apenas cuatro días después, el 22 de febrero, morían ejecutados. Hasta el momento de su muerte demostraron su determinación de luchar por la libertad y la dignidad humana.

Sophie Scholl era una chica bajita, con cara de niña, que sentía una gran tristeza por la situación que estaba viviendo su país. Su vida fue corta pero intensa. Una vida de pensamiento y reflexión. Una vida dedicada a proteger la libertad de expresión.

Conocí su historia el verano de 1988. Viajé a Leipzig, en la antigua República Democrática Alemana, para participar en un seminario que la escuela técnica superior ofrecía a estudiantes de germanística. Me llamó la atención un sello con dos rostros, uno de ellos, el de la mujer, con la cabeza inclinada hacia abajo. Esa tarde, sentados en las escaleras de la majestuosa Biblioteca Nacional de Leipzig, Ulrike, una de las profesoras que solía acompañarnos en nuestro tiempo libre para enseñarnos algo más que lengua y literatura, nos explicó esta historia. Aquel año yo acabada de cumplir 21 años. No podía imaginar lo que pudo llegar a sentir una chica tan joven viviendo ese tipo de experiencias. Me admiraba su capacidad de pensar por sí misma y defender sus opiniones personales pese a todo lo que ello pudiera suponer. Sophie Scholl fue una mujer muy valiente en un mundo oprimido por el odio.