Marianne Brandt, la artista que revolucionó el diseño

Marianne Brandt, una artista brillante de la historia del diseño moderno. Además de crear piezas de uso cotidiano con unas líneas simples y una belleza extraordinariamente sutil y elegante, fue la primera mujer que llegó a ser directora del Taller de Metal de la Escuela de la Bauhaus. Una gran hazaña si tenemos en cuenta que fue en 1928 y que era un ámbito dominado por los hombres.  

Marianne Liebe nace el 1 de octubre de 1893 en la ciudad alemana de Chemnitz. Estudia pintura y escultura en la Escuela Superior de Bellas Artes de Weimar. Una vez acabados los estudios, se dedica profesionalmente a la pintura, en 1919 se casa con el pintor noruego Erik Brandt (del que se divorciará en 1935) y en 1923 toma una decisión que dará un giro a su vida y su carrera: estudiar en la Bauhaus.

En esa época, la mayor parte de las jóvenes que accedían a la Bauhaus se incorporaban a los talleres textiles o de cerámica. Marianne Brandt, sin embargo, es la primera mujer que se inscribe en el taller de metal. Como ella misma ha explicado en alguna ocasión, al principio no es muy bien recibida, pero su empeño y su enorme talento hacen que, años más tarde, consiga algo insólito: ser la directora del taller de metal tras la marcha de su maestro y director en ese momento, el diseñador húngaro László Moholy-Nagy. Una mujer capitaneando una actividad de estas características genera reticencias y presiones, así que solo dura un breve tiempo en su cargo.

La Bauhaus fue una escuela multidisciplinar fundada en Weimar por Walter Gropius en 1919 que impulsó el funcionalismo y la simplicidad de la forma. Ejerció una influencia tan extraordinaria en la arquitectura contemporánea que consiguió un calificativo propio en lo que hoy se conoce como «estilo bauhaus». En ella se formaron arquitectos, diseñadores y artistas de todo tipo, algunos de ellos figuras indispensables en la historia del diseño. Muchas de estas fueron mujeres, como el caso de Marianne Brandt, una talentosa creadora de obras que tuvieron un gran éxito en su época y que actualmente se comercializan a través de marcas como Alessi o se copian con el nombre de un diseñador de Ikea.  

Marianne Brandt diseñó una gran cantidad de objetos de metal como lámparas, teteras, cafeteras o ceniceros que hoy se siguen vendiendo sin saber que fue ella su creadora y pensando que se trata de una concepción actual. Su célebre modelo de lámpara Kandem 702, a día de hoy denominado flexo, con  múltiples versiones y copiado infinidad de veces. La báscula industrial para la firma Ruppel, que todos conocemos.  

     

Portaservilletas diversos, reproducidos tal cual o con leves modificaciones.

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Destacan por sus exquisitas líneas la tetera MT49, de latón y ébano, y el cenicero esférico Ashtray.

            

Un sinfín de mesillas de noche y lámparas colgantes con incalculables imitaciones.

                

Creaciones todas ellas con formas geométricas puras como el triángulo, el cuadrado y el círculo.

A partir de 1926, Marianne Brandt también se consolidó como fotógrafa, a pesar de que muchos de sus trabajos no se dieron a conocer hasta 1970. Destacan sus preciosos autorretratos reflejados en esferas metálicas, dando un enfoque muy innovador y creando una imagen distorsionada de sí misma en el metal. Estas series, junto con los foto-montajes, reflejan la difícil situación de la mujer en la época de entre-guerras. Un período en el que, a pesar de haber alcanzado una libertad en el trabajo y la sexualidad, todavía seguían vigentes los prejuicios tradicionales.

Con la llegada del nacionalsocialismo, Marianne Brandt tuvo muchos problemas para encontrar trabajo estable. En 1939, por necesidad y a pesar de sus convicciones, aceptó formar parte de la Reichskulturkammer, una organización nazi de artistas, aunque nunca fue miembro del Partido Nacional Socialista.  Una vez terminada la guerra, Marianne trabajó como profesora en Dresde y Berlín y en los años setenta se trasladó a vivir a la República Democrática Alemana, donde recuperó su faceta de fotógrafa. En sus últimos años se centró también en la pintura y la escultura.

Marianne Brandt murió el 18 de junio de 1983 a los ochenta y nueve años de edad en Kirchberg, Alemania. Ingeniera, pintora, escultora, fotógrafa y diseñadora, Marianne Brandt fue y es un referente. Una artista que deslumbró a la Bauhaus, que rompió moldes y nos dejó un legado fruto del ingenio de una mujer inquieta, decidida y con excepcionales aptitudes en disciplinas muy diversas.

Oktoberfest y sus secretos

El pasado fin de semana dio comienzo la mundialmente conocida Oktoberfest, la fiesta más popular de Alemania. Cuando oímos su nombre, nos vienen a la memoria las enormes jarras llenas de cerveza y el típico traje regional de pantalón de cuero con tirantes, camisa de cuadros y sombrero con pluma para ellos y de corpiño, falda de vuelo y delantal para ellas. Pero detrás hay más.

Es la fiesta cervecera por excelencia, pero también una divertida celebración familiar en la que disfrutan tanto niños como adultos. Hay una gigantesca feria con noria, montaña rusa y atracciones típicas bávaras. Algunas de ellas muy queridas, como el Toboggan, que desde 1933 sigue deleitando a todos los visitantes. Y también bailes, carrozas antiguas y teatro de marionetas. Unas instalaciones inmensas que han ido creciendo con los años. Y un dato muy curioso: antes de presentar la teoría de la relatividad, un jovencísimo Albert Einstein trabajó como electricista en el festival con apenas 17 años.

El origen de este festejo se sitúa en la celebración de la boda entre el príncipe heredero Luis I de Baviera y la princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen. El 12 de octubre de 1810, todos los ciudadanos de Múnich asistieron al evento, que tendría lugar en un extenso prado ubicado junto a la muralla, frente a la puerta de la ciudad. En honor de la princesa, este lugar recibió el nombre de Theresienwiese (Prado de Teresa), abreviado en Wies’n. Tuvo tanto éxito, que die Wies’n, como llaman los bávaros a la Oktoberfest, se instauró como una fiesta popular anual que se celebra en el mismo lugar desde hace más de 200 años.

¿Pero por qué en septiembre? Sencillamente porque el clima es más cálido y en octubre hace mucho frío en Múnich. Desde hace más de un siglo, esta festividad empieza el primer sábado después del 15 de septiembre y dura algo más de dos semanas, con lo cual, también se incluyen unos días de octubre. Y así, todos contentos.

A pesar de que en sus inicios el protagonismo lo ostentaban las carreras de caballos en lo que era la conmemoración del aniversario de boda de los príncipes, con los años la cerveza se fue imponiendo hasta lograr ser la estrella principal de la fiesta. Pero no cualquier cerveza puede participar de este gran acontecimiento. Solo la auténtica autóctona de Múnich, aquella elaborada únicamente con agua, cebada y lúpulo. Seis son las marcas que tienen este honor: Agustiner, la más antigua de la ciudad, de 1328, que ni exporta ni hace publicidad, Hofbräu, la más conocida, Paulaner, la más joven e internacional, Löwenbräu, la del león, Hacker-Pschorr, con tapón a presión y Spaten, reconocida por su cerveza de trigo Franziskaner. Todas ellas ofrecen su «Oktoberfestbier», como dicen los muniquenses.

Y ahí estaba yo, ante una inmensa jarra que pesa más de un kilo vacía con un litro de cerveza en su interior. Necesité las dos manos para levantar ese mastodonte de más de dos kilos. Mi sorpresa cuando vi que esas camareras pueden cargar en sus manos hasta ¡una docena de jarras! Desde hace unos años, sin embargo, hay una normativa que prohíbe llevar más de diez para evitar problemas de salud. Es asombroso ver la facilidad con la que consiguen moverse entre la multitud abriéndose camino de la barra hasta las mesas acarreando todos esos litros de cerveza.  En ocasiones, algunas de ellas recurren al silbato que llevan colgado del cuello; la única forma de no desgañitarse para que la gente oiga «paso, por favor» y se aparte para dejarlas pasar.

La ceremonia de inauguración es muy vistosa. Un desfile de carruajes decorados arrastrados por caballos —en un guiño al origen de la celebración— seguidos de orquestas que no paran de tocar. Recorren las calles de Múnich hasta llegar al Theresienwiese para dar comienzo al festejo, que no empezará hasta que el alcalde de Múnich grite O ‘zapft is!  (¡Ya está abierto!) después del ritual que consiste en golpear el grifo con una maza hasta romperlo y llenar la primera jarra dando por inaugurada la fiesta de la cerveza, que también es un festival de comida. Una gran cantidad de restaurantes con barbacoas y parrillas ofrecen platos típicos alemanes, aunque lo más habitual es comer halb Hendl (medio pollo). No faltan los Bretzeln de todos los tamaños y la reina de los dulces, la Lebkuchenherz, una galleta de jengibre en forma de corazón con mensajes de amor.

Es una celebración de fama mundial que genera muy buenos ingresos para la ciudad y, sin embargo, sigue siendo una festividad bastante local, ya que únicamente el 19 % de los visitantes no son de Alemania. Familias de padres, hijos y abuelos cantando y bailando juntos entre aquella algarabía de voces y música.  Grupos de amigos conversando alegremente. Las bandas tocando canciones tradicionales alemanas, pop o éxitos del momento.  Una fiesta atractiva para todos, que conserva el aire de sus orígenes.

Matar es universal

Todas las lenguas tienen frases hechas. Son expresiones populares que tenemos muy integradas y que utilizamos sin ser conscientes de que las estamos diciendo. Y es curioso que podamos encontrar algunas idénticas a pesar de situarse en comunidades lingüísticas muy diversas.

Es el caso, por ejemplo, del juego de palabras «matar el tiempo». Me pregunto dónde tuvo su origen porque lo podemos oír en casi todo el planeta. El viaje será muy largo; leeré para matar el tiempo, dicen los que se deleitarán con una novela del siempre sorprendente Kiko Amat y su universo tan personal. Naturalmente, no nos asombra cuando alguien afirma El viatge serà molt llarg; llegiré per matar el temps, y disfruta de los poemas breves y directos de Anna Gual, traducida incluso al ruso y al croata. Tampoco extraña si al prestar atención entendemos Le voyage serà très longe; je vais lire pour tuer le temps, y vemos que se evade con una de las exitosas obras teatrales de Yasmina Reza. Despierta la curiosidad advertir que algunos explican Die Reise wird sehr lang sein; ich werde lesen, um die Zeit totzuschlagen, y se quedan fascinados con una novela gráfica de la ilustradora Barbara Yelin.

                       

Podemos seguir con kill time en inglés, ammazzare il tempo en italiano o matar o tempo en portugués. Cuando viajamos un poco más, impacta oír убивать время [ubivat’ vremya] en ruso y قتل الوقت [qutil alwaqt] en árabe. Es asombroso que lleguemos al océano Pacífico y alcancemos a comprender 時間つぶし[ma o motaseru] en japonés. Pero es que ¡hasta en la tundra los inuit matan el tiempo con su ᐊᓪᕋᖅᓴᔪᖅ [alraqsajuq] !

Todos emplearán su tiempo en leer para distraerse, de manera que las horas transcurran más plácidamente y, de ese modo, tener la sensación de que la vida pasa más veloz.  Pero, ¿por qué lo matamos? Podríamos decir «pasar el tiempo», «ocupar el tiempo», «pasar el rato», incluso «evitar el aburrimiento» o «entretenernos». Tenemos una gran variedad de locuciones para expresar esta idea y, sin embargo, hemos necesitado otra que incluya un verbo más siniestro: matar. Eso sí, en alemán lo harán de una forma un poco más violenta con su «die Zeit totschlagen». Porque podrían decir «die Zeit töten» o «die Zeit umbringen». Pero no, ellos prefieren golpearlo hasta matarlo.

Pobre tiempo.

Barbara Yelin y su Irmina

El fin de semana del 5, 6 y 7 de abril se ha celebrado el Salón del Cómic de Barcelona. Entre los autores internacionales este año hemos tenido a la alemana Barbara Yelin. ¡Qué emoción! Ha venido a presentar Irmina, publicado en 2014 en alemán y editado ahora en castellano por Astiberri Ediciones.

No me lo podía perder. Sus pinceladas precisas pero al mismo tiempo delicadas me enamoraron hace ya algunos años. Tiene una capacidad inmensa para transmitir las más íntimas emociones con trazos sencillos y volátiles. Su paleta de colores me hipnotiza y su forma de aplicar la acuarela hace que el dibujo sea delicado y vaporoso. Una auténtica preciosidad.

Así que, acompañada de mi queridísima Marta, nos plantamos frente al stand en el que se encontraba Barbara firmando libros. Me presenté, intercambié unas palabras con ella y cuando vi que se disponía a dibujar a la protagonista de la novela como dedicatoria, apenas me atreví a hablar. Dudaba si debía o no. No quería distraerla. Le dije, eso sí, que me parecía increíble que le hiciera un dibujo a cada persona y me comentó que al principio se ponía nerviosa y le resultaba muy estresante pero que ahora lo disfruta.

Fue muy amable y accedió a hacerse una fotografía conmigo.  ¡Y con mi bretzel!

Das Bretzel ist sehr wichtig für mich (El bretzel es muy importante para mí), dije cuando le comenté que tenía un blog que se llamaba «bretzelblog».

Für mich auch (Para mí también), me contestó dejándome fuera de juego.

Y qué cara puso cuando le pregunté si no le importaba que también apareciera el bretzel en la foto. Comprensible. Me miró y se hizo un silencio…

Ist’s für dein Blog? (¿Es para tu blog?)

Ja ().

OK.

Y ahí estamos todos. «¡Qué friki!», debió pensar ella. Y quizás tenga razón. Aunque yo nunca me había visto así. Inolvidable.

Como inolvidable es también Irmina, una novela gráfica conmovedora cuya protagonista vive una época dura y difícil: el auge del régimen nazi. Inspirándose en cartas y notas del diario de su abuela, Barbara Yelin cuenta la historia apasionante y emotiva de una joven llena de entusiasmo que se va a Londres a formarse para conseguir ser independiente y tomar las riendas de su vida. Sin embargo, se ve obligada a regresar a Alemania en pleno apogeo del nacionalsocialismo y acabará resignándose mirando hacia otro lado con tristeza.

Irmina es un personaje muy realista y humano que tiene sus debilidades y contradicciones. Una joven fuerte y valiente que aborrece la discriminación, años más tarde elude las situaciones injustas e incluso las justifica. Y, sin embargo, como lectores, simpatizamos con ella. Porque no hay personajes buenos y malos, hay alemanes «normales», como se llamaban a sí mismos en aquellos tiempos. Por la supervivencia, por las mejoras en la vida, por miedo o por alcanzar una libertad deseada, hacen como que no ven cuando sus vecinos judíos son deportados.

La historia se va tejiendo y entretejiendo de forma muy sutil, con respiración lenta. Como lectora, sentía un gran desasosiego entre lo que deseaba para Irmina, una amante de la libertad, y lo que al final fue su vida. Los dibujos son embriagadores. Transmiten muy bien los sentimientos de los personajes y crean una atmósfera melancólica con una gama de colores más bien oscura, empezando con unos azulados, pasando a los rojizos y marrones, para acabar con el verde turquesa.

Es muy valiente descubrir esta historia. Hacer una novela gráfica de un tema tan incómodo, para mí es un gran desafío. Yo tuve la suerte de conocer a Bernhardt. Era mi vecino en Kirchentellinsfurt, un pequeño pueblo del sur de Alemania. Un anciano entrañable, que se enamoró de mis tortillas de patata, para él «Kartoffeltorte». Con él y sus historias, aprendí mucho de los alemanes. Me contó que había estado en las dos guerras mundiales y también en un campo de concentración. Siempre me animaba a preguntarle cosas de su vida, pero luego le costaba hablar sobre algunas de ellas. Porque le dolía. Lo veía en sus ojos, en sus silencios, en su mirada perdida a través de la ventana… Con Irmina he vuelto a recordar esas tardes tan emotivas. Muchas gracias Barbara.

Maria Winkelmann y el cometa C/1702 H1

El 25 de febrero de 1670 nació Maria Winkelmann en Leipzig. Desde muy pequeña recibió una educación bastante peculiar para una niña del siglo XVII gracias a que su padre pensaba que las mujeres tenían el mismo derecho a la educación que los hombres. ¡En el siglo XVII!

Siendo aún muy joven empezó a sentir una gran atracción por las estrellas, los planetas y el universo. Un día empezó a trabajar como ayudante de Christoph Arnold, un granjero de profesión y astrónomo aficionado que consiguió avistamientos destacables en su época. Gracias a él, conoció a Gottfried Kirch, un astrónomo treinta años mayor de quien se enamoró y con quien se casaría en 1962 y tendría cuatro hijos.

Maria y Gottfried trabajaban juntos en el observatorio, complementándose. En 1700 nombran a Gottfried astrónomo oficial de la Academia de las Ciencias y se trasladan a vivir a Berlín. Ella solo podrá acceder a trabajar como ayudante por su condición de mujer. Juntos estudian el firmamento y realizan cálculos astronómicos que se utilizarán para confeccionar calendarios y almanaques.

La noche del 21 de abril de 1702, Maria Winkelmann está observando a través de su telescopio. Lleva horas con la mirada atenta al espacio. Ya es madrugada y el cielo está limpio y estrellado. Maria trata de encontrar una estrella variable de la que su marido le ha hablado hace unos días. Ella también quiere observar cómo es la fluctuación en su brillo. Y de repente… ahí está. ¡Es un cometa! ¡Un cometa nunca antes visto! Emocionada, despierta a su marido. Efectivamente, es un cometa desconocido. Y lo ha descubierto su mujer.

A pesar de ello, Gottfried se adjudicó el mérito, seguramente porque sentía vergüenza por no haber sido él el autor de un hallazgo tan prestigioso. Maria continuó durante años con sus observaciones y sus trabajos astronómicos hasta que su marido, poco antes de morir, confesó la verdad entregando uno de sus cuadernos donde explicaba todo lo sucedido. Animó a su mujer a reclamar a la Academia de Berlín el título de Astrónomo Real por este descubrimiento y por todas sus aportaciones a la astronomía. Entre ellas se distinguen elaborados estudios sobre la aurora boreal, la conjunción de Saturno y Venus con el Sol y la predicción detallada de un nuevo cometa.

Nada de todo esto sirvió. Los miembros de la renombrada institución se negaron alegando que Maria no tenía estudios universitarios. Claro que no los tenía. Era imposible tenerlos en su época siendo mujer.

Maria murió el 29 de diciembre de 1720. Fue la astrónoma más importante de su época pero nunca obtuvo tal reconocimiento. Sin embargo ella, de pequeñas dimensiones, como el cometa que descubrió, dejó tras de sí una cola luminosa que ha llegado hasta nosotros. Gracias a su valentía y determinación.

 

Comiciade y sus garabatos

Comiciade es una feria del cómic que se celebra en Aquisgrán (Aachen), una gran ciudad balneario gracias a sus manantiales de agua caliente, cuna de Ludwig Mies van der Rohe, uno de los pioneros de la arquitectura moderna.

Es una feria que se celebra cada dos años y, a pesar de que el pasado año fue solo su tercera edición, los críticos alaban su éxito vaticinando un buen enraizamiento que hará florecer, dicen, muchas otras en el futuro.  Lástima que tengamos que esperar hasta 2020 para volver a disfrutarla.

Entre los artistas invitados en el fin de semana del 14 y 15 de abril de 2018 se encontraba nuestro Rubén Pellejero, famoso por sus dibujos de Corto Maltés o Dieter Lumpen, personajes aventureros que mezclan sus andanzas con romances seductores.

A pesar de que no es el tipo de historias que me engancha, tengo que reconocer que me llaman muchísimo la atención sus paisajes, la luz intensa de sus viñetas y la combinación de grises y negros.  Y un día descubrí «En carne viva», una historia que sucede en el París bohemio de finales del siglo XIX, que me atrapó desde la primera página.  Un relato de secretos, desconfianzas, intrigas familiares, soledad, sufrimiento. Todo ello ensalzado de forma sublime por el dibujo de Pellejero dotado de una gran sensibilidad y una expresividad extrema. El protagonista, que no puede hablar, consigue transmitir al lector todo lo que no puede decir a través de la mirada y la postura corporal. Me fascinan los primeros planos repetidos en una misma página, con ligeros cambios en las expresiones de los personajes. Generan sensación de movimiento. Muy cinematográfico. Su paleta de colores y la tremenda variedad de perspectivas a las que recurre me hipnotizan sobremanera.

De los dibujantes alemanes destacaría a Micha Marx, el autoproclamado «rey del garabato». Crea personajes simpáticos y divertidos. Algunos con la única pretensión de hacer reír, o al menos sonreír, y lo consigue. Otros, con una ironía mordaz no siempre bien acogida por todos. Sus trazos irregulares me despiertan ternura. Quizás porque parecen pintados por un niño. El propio autor es todo un personaje. Basta con echar un vistazo a su página web. Escrita en tercera persona, en la sección Shop se burla de sí mismo diciendo que, «a pesar de su nombre, Micha Marx es, desgraciadamente, un cerdo capitalista». Y todo porque, además de sus libros, también vende bolsas con  dibujos serigrafiados a mano. Pero aún va más allá. Como las bolsas son de algodón 100 %  biológico, se autodenomina «cerdo ecocapitalista». Es una especie de dibujante-showman.

Mi dibujo preferido es el de «Liselotte», el de la fotografía que acompaña este texto. Según las palabras de su autor, Liselotte es una bolsa ideal para los amantes del vinilo y las espirales de regaliz. Sí, este es el universo de Marx. Aunque tampoco es el tipo de cómic que me produce una especial atracción, siento una incontrolable debilidad por sus caricaturas, muchas de ellas de la vida suaba. Probablemente porque viví dos años en Baden-Würtemberg y disfruté empapándome de su mundo.

La palabra interminable del Danubio

«Donaudampfschifffahrtselektrizitätenhauptbetriebswerkbauunterbeamtengesellschaft».

«Sociedad de funcionarios subalternos de la construcción de la central eléctrica principal de la compañía de barcos de vapor del Danubio».

No juegues nunca al Scrabble con un alemán.

Es la palabra más larga en alemán, aunque no figura en el diccionario, algo que ocurre con frecuencia en este idioma.

Me fascina la capacidad que tienen los alemanes para crear nuevas palabras uniendo dos, tres, cuatro o las que haga falta. Nosotros necesitamos un puñado de preposiciones y artículos para dar forma y sentido a nuestras denominaciones.

Esta sociedad, que cuelga alegremente su placa en la entrada, se encuentra en Passau, la «ciudad de los tres ríos», una preciosa capital de Bavaria, con un marcado peso histórico y una gran vida cultural, donde confluyen el Eno (con sus aguas de color verde, que vienen de los Alpes), el Danubio (de agua azul) y el Ilz (con aguas oscuras porque provienen de una zona pantanosa). En el punto en el que se encuentran puede distinguirse el color cambiante de los tres cauces. Una imagen realmente curiosa e impactante.

Impactante como la placa de la sociedad de la compañía de barcos del Danubio. Una palabra de 80 letras. Sin palabras.

Sophie Scholl, la rosa blanca alemana

El 9 de mayo de 1921 nacía Sophie Scholl en Forchtenberg, una pequeña ciudad del estado de Baden-Wurtemberg, al sur de Alemania. Fue una niña feliz, que iba a la escuela y vivía en un hogar agradable junto con sus padres y sus cinco hermanos.

En la adolescencia demostró una fuerte inquietud intelectual y le apasionaba leer los versos de Heine y Rilke o las novelas de Stefan Zweig y Thomas Mann. Todos prohibidos por el Partido Nacionalsocialista que gobernaba en aquel momento. Le encantaba bailar swing, el «baile degenerado» que etiquetó Hitler con desagrado.

En 1942 se traslada a Múnich para estudiar biología y filosofía, año en que comenzó la deportación masiva de judíos. Sophie Scholl apenas tiene 21 años pero una gran madurez y una postura claramente opuesta al nazismo.

Ese mismo año, Sophie Scholl, su hermano Hans Scholl, Alexander Schmorell, Christoph Probst, Jurgen Wittgenstein y Willi Graf decidieron luchar contra el totalitarismo de forma pacífica y fundaron el grupo de resistencia Rosa Blanca (Weiße Rose). Querían despertar la conciencia de los alemanes, denunciar los crímenes del régimen nazi y hacer todo lo posible para acelerar la caída del nacionalsocialismo. Se dedicaban a escribir panfletos, imprimirlos y repartirlos de forma clandestina. El primero de ellos decía: «Para un pueblo culto, nada es más indigno que dejarse gobernar por una camarilla irresponsable guiada por oscuros instintos. ¿No es verdad que todo alemán honesto se avergüenza actualmente de su gobierno?». Compraban el papel en sitios diferentes para no llamar la atención. Trabajaban en secreto. De día y de noche.

El 18 de febrero de 1943 Sophie y Hans lanzaron panfletos desde lo alto de su universidad al patio interior. Fueron descubiertos, arrestados y condenados a muerte. Apenas cuatro días después, el 22 de febrero, morían ejecutados. Hasta el momento de su muerte demostraron su determinación de luchar por la libertad y la dignidad humana.

Sophie Scholl era una chica bajita, con cara de niña, que sentía una gran tristeza por la situación que estaba viviendo su país. Su vida fue corta pero intensa. Una vida de pensamiento y reflexión. Una vida dedicada a proteger la libertad de expresión.

Conocí su historia el verano de 1988. Viajé a Leipzig, en la antigua República Democrática Alemana, para participar en un seminario que la escuela técnica superior ofrecía a estudiantes de germanística. Me llamó la atención un sello con dos rostros, uno de ellos, el de la mujer, con la cabeza inclinada hacia abajo. Esa tarde, sentados en las escaleras de la majestuosa Biblioteca Nacional de Leipzig, Ulrike, una de las profesoras que solía acompañarnos en nuestro tiempo libre para enseñarnos algo más que lengua y literatura, nos explicó esta historia. Aquel año yo acabada de cumplir 21 años. No podía imaginar lo que pudo llegar a sentir una chica tan joven viviendo ese tipo de experiencias. Me admiraba su capacidad de pensar por sí misma y defender sus opiniones personales pese a todo lo que ello pudiera suponer. Sophie Scholl fue una mujer muy valiente en un mundo oprimido por el odio.

Bach no debería llamarse Bach

Desde muy joven sentí una especial atracción por la magia de Bach. Su música está cargada de expresividad y es de una belleza artística muy cautivadora. Cuando la escucho me veo envuelta en una nube de sentimientos y siempre me emociono.

La descubrí en un programa de radio dedicado exclusivamente a la música clásica que escuchaba todas las noches. Recuerdo estar tumbada en la cama, con una pequeña libreta y un bolígrafo para tomar notas de las explicaciones de los comentaristas, y sentir un cosquilleo suave en la barriga que se iba hinchando despacio como un globo. Los instrumentos de cuerda parecían flotar en calma desperezándose suavemente. Qué delicadeza. Era la Suite número 3. Con ella me enamoré de la luz penetrante de Bach y sus intensos colores.

Recorrí las bibliotecas buscando información y averigüé que era uno de los máximos representantes del barroco. ¿Ese período de la historia caracterizado por la grandilocuencia, el exceso de ornamentación y el poder de la retórica? No podía ser. A partir de entonces para mí cambió la visión que tenía de esa época. Depresión económica, plagas de peste, miseria, guerras. Se afianza la teoría de que la Tierra gira alrededor del Sol, así que el hombre deja de ser el centro del universo. En consecuencia, se pierde la fe en la razón y el orden. La naturaleza ahora se ve inmensa y misteriosa y se convertirá en fuente de inspiración. La ciencia busca la verdad. El arte tiende a lo imaginario. La poesía es seductora y sensual. Descartes nos lleva al racionalismo con su «pienso, luego existo».

Y ahí estaba Bach. Nacido en Eisenach el 21 de marzo de 1685, era el menor de ocho hermanos. Su padre y sus tíos eran todos músicos profesionales. Su madre fallece cuando él solo tiene nueve años y ocho meses después también su padre, así que se va a vivir con su hermano mayor.

Serio, introvertido, aplicado y con una hermosa voz de soprano. Aprendió a tocar el órgano, el clavecín, el violín y la viola de gamba y destacó por su excelente dominio. Fue muy autodidacta gracias a su búsqueda continua y al estudio de partituras de compositores famosos como Vivaldi. Dicen de él que tenía una energía ilimitada y una fuerza anímica desbordante. Era impetuoso y despreciaba las normas establecidas. No accedía a realizar obras simples para conseguir más aceptación.

Sus obras tienen una gran inventiva, una marcada complejidad y una notable dificultad de ejecución. Su técnica es perfecta y todas sus composiciones emanan emociones. Sin embargo, en su época Bach no fue un músico tan conocido como Telemann o Händel. El público estaba acostumbrado a una melodía más sencilla.

Tenía una capacidad extraordinaria para improvisar. Le reprochaban que introdujera muchas variaciones raras y que mezclara nuevos tonos. Lo que realmente estaba haciendo era investigar otras posibilidades de enlazar las notas y consiguió plasmar un lenguaje armónico novedoso.  Supo resistirse a la incomprensión de todos aquellos que lo menospreciaban por innovador y se convirtió en un pintor de tonos.

Tonos con los que consigue transmitir todo. Muchas bandas lo han versionado, como Jethro Tull en su Bourée o Ekseption en Air. Sus composiciones se utilizan a menudo en espectáculos de danza, anuncios publicitarios o en el cine, donde dicen que ha aparecido en más de 400 películas. Mi preferida es la obra que toca el capitán Nemo en el órgano en 20 000 leguas de viaje submarino (1954)  titulada Toccata y Fuga en Re menor. Una pieza misteriosa que refleja una tensión constante, siniestra y sobrecogedora, como la propia personalidad del protagonista y la historia que se desarrolla.

 

Bach fue un auténtico animal de la escena musical. Beethoven lo describió con un juego de palabras en alemán: «Nicht Bach, sondern Meer sollte er heißen», cuya traducción sería «No debiera llamarse Bach (arroyo, en alemán), sino Meer (mar)». Sublime.

 

Y el traductor se hizo visible

Estamos acostumbrados a leer traducciones y no somos conscientes de ello. Y de eso se trata, de que no percibamos que ese texto no fue escrito en el idioma en el que lo estamos disfrutando. Un buen traductor es invisible al lector. Pero, ¿cómo pasamos desapercibidos?

En primer lugar, es importante saber a qué tipo de texto nos enfrentamos para decidir en qué contexto ubicarlo y cuál va a ser su uso final. De esa manera, podremos enmarcarlo en el estilo que lo define.

En un documento técnico prima la objetividad y la precisión. Gracias a un lenguaje sencillo y una sintaxis relativamente simple conseguiremos una claridad y una exactitud que infundirán fiabilidad y confianza en el lector. En este tipo de traducciones la finalidad primordial es transmitir información de forma rigurosa. La mayor dificultad en este caso será la terminología especializada, que deberemos investigar concienzudamente; primero, para situarla en un ámbito concreto y, de ese modo, disponer del campo temático que necesitamos y segundo, para encontrar un término en el idioma de destino, que a veces puede resultar harto difícil.

En un documento creativo lo más importante es la imaginación y el ingenio. Jugando con el lenguaje, con imágenes atractivas y figuras retóricas dibujaremos impresiones estéticas y artísticas que seducirán al lector. En estas traducciones el objetivo es crear belleza a través de las palabras, sugerir ideas, sensaciones y emociones. El reto es este caso es encontrar fórmulas que nos permitan trasladar el contenido produciendo además el mismo efecto que pretende el autor con su texto original, y para eso es imprescindible sumergirse plenamente en el contexto cultural del idioma al que estamos traduciendo.  Y aquí es donde nos topamos con la famosa fidelidad.

Se habla mucho sobre la fidelidad del traductor. Es indiscutible que un traductor debe ser fiel al mensaje que desea transmitir el autor. En un manual de usuario o una patente resulta bastante fácil. Todo es objetivo, concreto y directo. No ocurre lo mismo en una campaña publicitaria o una novela. En este caso, el traductor debe lograr que el lector del texto traducido sienta lo mismo que el lector del original y, a menudo, esto nos obliga a cambiar el contenido y la forma.

Tendremos que hacer una adaptación imprimiendo un ritmo que transmita la frescura y naturalidad que harán que ese texto se lea como si fuera un original. Seremos fieles al sentimiento. Como en una partitura escrita para piano que queremos tocar al violín. La música es la misma pero tocada con un instrumento diferente. Con las palabras ocurre exactamente igual porque traducir es decir lo mismo que se ha dicho utilizando un medio distinto y sin que se note que no se dijo así.

Ese es el verdadero éxito de un buen traductor: pasar inadvertido. Somos un medio de transmisión. Aunque tengo que reconocer que, a veces, se hace necesaria nuestra intervención directa, de lo contrario, Niebla, el perro de Heidi, esa encantadora niña que vivía tan feliz en las montañas con su abuelo y sus cabritas, se llamaría José (Josef en la versión original en alemán). Nunca podría haberlo llamado así. Suerte que el traductor se hizo visible y cambió el nombre. Gracias.