Bach no debería llamarse Bach

Desde muy joven sentí una especial atracción por la magia de Bach. Su música está cargada de expresividad y es de una belleza artística muy cautivadora. Cuando la escucho me veo envuelta en una nube de sentimientos y siempre me emociono.

La descubrí en un programa de radio dedicado exclusivamente a la música clásica que escuchaba todas las noches. Recuerdo estar tumbada en la cama, con una pequeña libreta y un bolígrafo para tomar notas de las explicaciones de los comentaristas, y sentir un cosquilleo suave en la barriga que se iba hinchando despacio como un globo. Los instrumentos de cuerda parecían flotar en calma desperezándose suavemente. Qué delicadeza. Era la Suite número 3. Con ella me enamoré de la luz penetrante de Bach y sus intensos colores.

Recorrí las bibliotecas buscando información y averigüé que era uno de los máximos representantes del barroco. ¿Ese período de la historia caracterizado por la grandilocuencia, el exceso de ornamentación y el poder de la retórica? No podía ser. A partir de entonces para mí cambió la visión que tenía de esa época. Depresión económica, plagas de peste, miseria, guerras. Se afianza la teoría de que la Tierra gira alrededor del Sol, así que el hombre deja de ser el centro del universo. En consecuencia, se pierde la fe en la razón y el orden. La naturaleza ahora se ve inmensa y misteriosa y se convertirá en fuente de inspiración. La ciencia busca la verdad. El arte tiende a lo imaginario. La poesía es seductora y sensual. Descartes nos lleva al racionalismo con su «pienso, luego existo».

Y ahí estaba Bach. Nacido en Eisenach el 21 de marzo de 1685, era el menor de ocho hermanos. Su padre y sus tíos eran todos músicos profesionales. Su madre fallece cuando él solo tiene nueve años y ocho meses después también su padre, así que se va a vivir con su hermano mayor.

Serio, introvertido, aplicado y con una hermosa voz de soprano. Aprendió a tocar el órgano, el clavecín, el violín y la viola de gamba y destacó por su excelente dominio. Fue muy autodidacta gracias a su búsqueda continua y al estudio de partituras de compositores famosos como Vivaldi. Dicen de él que tenía una energía ilimitada y una fuerza anímica desbordante. Era impetuoso y despreciaba las normas establecidas. No accedía a realizar obras simples para conseguir más aceptación.

Sus obras tienen una gran inventiva, una marcada complejidad y una notable dificultad de ejecución. Su técnica es perfecta y todas sus composiciones emanan emociones. Sin embargo, en su época Bach no fue un músico tan conocido como Telemann o Händel. El público estaba acostumbrado a una melodía más sencilla.

Tenía una capacidad extraordinaria para improvisar. Le reprochaban que introdujera muchas variaciones raras y que mezclara nuevos tonos. Lo que realmente estaba haciendo era investigar otras posibilidades de enlazar las notas y consiguió plasmar un lenguaje armónico novedoso.  Supo resistirse a la incomprensión de todos aquellos que lo menospreciaban por innovador y se convirtió en un pintor de tonos.

Tonos con los que consigue transmitir todo. Muchas bandas lo han versionado, como Jethro Tull en su Bourée o Ekseption en Air. Sus composiciones se utilizan a menudo en espectáculos de danza, anuncios publicitarios o en el cine, donde dicen que ha aparecido en más de 400 películas. Mi preferida es la obra que toca el capitán Nemo en el órgano en 20 000 leguas de viaje submarino (1954)  titulada Toccata y Fuga en Re menor. Una pieza misteriosa que refleja una tensión constante, siniestra y sobrecogedora, como la propia personalidad del protagonista y la historia que se desarrolla.

 

Bach fue un auténtico animal de la escena musical. Beethoven lo describió con un juego de palabras en alemán: «Nicht Bach, sondern Meer sollte er heißen», cuya traducción sería «No debiera llamarse Bach (arroyo, en alemán), sino Meer (mar)». Sublime.