¿Por qué bretzelblog?

Soy traductora de alemán porque las palabras y los textos me enamoran y siento pasión por el idioma de Bach. Por eso, una vez terminada la carrera de filología alemana decidí irme a vivir al país de los filósofos, no solo para perfeccionar mi idioma, sino para zambullirme en su día a día. Alemania, un lugar que me regaló un sinfín de vivencias inolvidables y al que aún hoy en día me siento estrechamente ligada. Tengo debilidad por su cultura, sus paisajes, su música y su gente, y me entusiasma dar rienda suelta a mi deseo de escribir sobre todo ello.

Cuando decidí crear este blog, tuve claro que ese delicioso pan retorcido en forma de lazo con gruesos granos de sal esparcidos debía tener un protagonismo especial. Y un día se me ocurrió la idea de juntar las palabras bretzel y blog. Me gusta su sonoridad y también el hecho de haber creado un nuevo vocablo siguiendo las costumbres germanas.

¿Y por qué bretzel? Porque cuando descubrí ese simpático pan salado, cuyo origen parece estar en las festividades celtas de bienvenida a la primavera, me enamoré de inmediato de su sabor pero, sobre todo, del placer que me producían esos granos de sal al deshacerse en la boca.

Nunca olvidaré el sentimiento de bienestar nostálgico que me recorría por todo el cuerpo cada vez que entraba en una panadería. Tras el tintineo de las campanillas que colgaban sobre la puerta, ese olor a pan recién horneado me transportaba a mi niñez. Me di cuenta de que el recuerdo de mi infancia huele a pan caliente. Es asombroso cómo ciertos olores nos traen a la memoria instantes de nuestra vida de forma inesperada.

Me vi de niña acompañando a mi madre de la mano a la panadería por la mañana temprano, arrebujándome en la ropa, sintiendo el frío de las primeras horas en la cara y la caricia de ese olor cálido al entrar.

O saliendo de casa de mi abuela en verano para acercarnos juntas a la furgoneta del panadero parada en la carretera, una Ebro blanca con el rótulo en rojo. Al abrirse la puerta lateral corredera, una explosión de ese aroma surgía del interior envolviéndonos a las dos en su apetitosa nube.

Durante los años que estuve viviendo allí, volví a incluir en mi vida la merienda, algo que había olvidado al dejar atrás mi infancia. Entrar en una panadería para comprarme ese tesoro se convirtió en un acontecimiento de regocijo, un regalo para mis sentidos. La algarabía de los niños sonrientes con sus bretzels en la mano, en familia, me hacía pensar en la mía, a quilómetros de distancia. Al salir, me perdía por las calles admirando sus colores y sus olores mientras mordisqueaba con calma. El bretzel me complacía con su sabor, muy arraigado en la vida cotidiana de los alemanes, deleitándome al mismo tiempo con mis recuerdos. Y esos recuerdos me reconfortaban. Estaba lejos de mi familia, pero me sentía muy cerca. Me sentía en casa.