El pasado fin de semana dio comienzo la mundialmente conocida Oktoberfest, la fiesta más popular de Alemania. Cuando oímos su nombre, nos vienen a la memoria las enormes jarras llenas de cerveza y el típico traje regional de pantalón de cuero con tirantes, camisa de cuadros y sombrero con pluma para ellos y de corpiño, falda de vuelo y delantal para ellas. Pero detrás hay más.
Es la fiesta cervecera por excelencia, pero también una divertida celebración familiar en la que disfrutan tanto niños como adultos. Hay una gigantesca feria con noria, montaña rusa y atracciones típicas bávaras. Algunas de ellas muy queridas, como el Toboggan, que desde 1933 sigue deleitando a todos los visitantes. Y también bailes, carrozas antiguas y teatro de marionetas. Unas instalaciones inmensas que han ido creciendo con los años. Y un dato muy curioso: antes de presentar la teoría de la relatividad, un jovencísimo Albert Einstein trabajó como electricista en el festival con apenas 17 años.
El origen de este festejo se sitúa en la celebración de la boda entre el príncipe heredero Luis I de Baviera y la princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen. El 12 de octubre de 1810, todos los ciudadanos de Múnich asistieron al evento, que tendría lugar en un extenso prado ubicado junto a la muralla, frente a la puerta de la ciudad. En honor de la princesa, este lugar recibió el nombre de Theresienwiese (Prado de Teresa), abreviado en Wies’n. Tuvo tanto éxito, que die Wies’n, como llaman los bávaros a la Oktoberfest, se instauró como una fiesta popular anual que se celebra en el mismo lugar desde hace más de 200 años.
¿Pero por qué en septiembre? Sencillamente porque el clima es más cálido y en octubre hace mucho frío en Múnich. Desde hace más de un siglo, esta festividad empieza el primer sábado después del 15 de septiembre y dura algo más de dos semanas, con lo cual, también se incluyen unos días de octubre. Y así, todos contentos.
A pesar de que en sus inicios el protagonismo lo ostentaban las carreras de caballos en lo que era la conmemoración del aniversario de boda de los príncipes, con los años la cerveza se fue imponiendo hasta lograr ser la estrella principal de la fiesta. Pero no cualquier cerveza puede participar de este gran acontecimiento. Solo la auténtica autóctona de Múnich, aquella elaborada únicamente con agua, cebada y lúpulo. Seis son las marcas que tienen este honor: Agustiner, la más antigua de la ciudad, de 1328, que ni exporta ni hace publicidad, Hofbräu, la más conocida, Paulaner, la más joven e internacional, Löwenbräu, la del león, Hacker-Pschorr, con tapón a presión y Spaten, reconocida por su cerveza de trigo Franziskaner. Todas ellas ofrecen su «Oktoberfestbier», como dicen los muniquenses.
Y ahí estaba yo, ante una inmensa jarra que pesa más de un kilo vacía con un litro de cerveza en su interior. Necesité las dos manos para levantar ese mastodonte de más de dos kilos. Mi sorpresa cuando vi que esas camareras pueden cargar en sus manos hasta ¡una docena de jarras! Desde hace unos años, sin embargo, hay una normativa que prohíbe llevar más de diez para evitar problemas de salud. Es asombroso ver la facilidad con la que consiguen moverse entre la multitud abriéndose camino de la barra hasta las mesas acarreando todos esos litros de cerveza. En ocasiones, algunas de ellas recurren al silbato que llevan colgado del cuello; la única forma de no desgañitarse para que la gente oiga «paso, por favor» y se aparte para dejarlas pasar.
La ceremonia de inauguración es muy vistosa. Un desfile de carruajes decorados arrastrados por caballos —en un guiño al origen de la celebración— seguidos de orquestas que no paran de tocar. Recorren las calles de Múnich hasta llegar al Theresienwiese para dar comienzo al festejo, que no empezará hasta que el alcalde de Múnich grite O ‘zapft is! (¡Ya está abierto!) después del ritual que consiste en golpear el grifo con una maza hasta romperlo y llenar la primera jarra dando por inaugurada la fiesta de la cerveza, que también es un festival de comida. Una gran cantidad de restaurantes con barbacoas y parrillas ofrecen platos típicos alemanes, aunque lo más habitual es comer halb Hendl (medio pollo). No faltan los Bretzeln de todos los tamaños y la reina de los dulces, la Lebkuchenherz, una galleta de jengibre en forma de corazón con mensajes de amor.
Es una celebración de fama mundial que genera muy buenos ingresos para la ciudad y, sin embargo, sigue siendo una festividad bastante local, ya que únicamente el 19 % de los visitantes no son de Alemania. Familias de padres, hijos y abuelos cantando y bailando juntos entre aquella algarabía de voces y música. Grupos de amigos conversando alegremente. Las bandas tocando canciones tradicionales alemanas, pop o éxitos del momento. Una fiesta atractiva para todos, que conserva el aire de sus orígenes.