El 9 de mayo de 1921 nacía Sophie Scholl en Forchtenberg, una pequeña ciudad del estado de Baden-Wurtemberg, al sur de Alemania. Fue una niña feliz, que iba a la escuela y vivía en un hogar agradable junto con sus padres y sus cinco hermanos.
En la adolescencia demostró una fuerte inquietud intelectual y le apasionaba leer los versos de Heine y Rilke o las novelas de Stefan Zweig y Thomas Mann. Todos prohibidos por el Partido Nacionalsocialista que gobernaba en aquel momento. Le encantaba bailar swing, el «baile degenerado» que etiquetó Hitler con desagrado.
En 1942 se traslada a Múnich para estudiar biología y filosofía, año en que comenzó la deportación masiva de judíos. Sophie Scholl apenas tiene 21 años pero una gran madurez y una postura claramente opuesta al nazismo.
Ese mismo año, Sophie Scholl, su hermano Hans Scholl, Alexander Schmorell, Christoph Probst, Jurgen Wittgenstein y Willi Graf decidieron luchar contra el totalitarismo de forma pacífica y fundaron el grupo de resistencia Rosa Blanca (Weiße Rose). Querían despertar la conciencia de los alemanes, denunciar los crímenes del régimen nazi y hacer todo lo posible para acelerar la caída del nacionalsocialismo. Se dedicaban a escribir panfletos, imprimirlos y repartirlos de forma clandestina. El primero de ellos decía: «Para un pueblo culto, nada es más indigno que dejarse gobernar por una camarilla irresponsable guiada por oscuros instintos. ¿No es verdad que todo alemán honesto se avergüenza actualmente de su gobierno?». Compraban el papel en sitios diferentes para no llamar la atención. Trabajaban en secreto. De día y de noche.
El 18 de febrero de 1943 Sophie y Hans lanzaron panfletos desde lo alto de su universidad al patio interior. Fueron descubiertos, arrestados y condenados a muerte. Apenas cuatro días después, el 22 de febrero, morían ejecutados. Hasta el momento de su muerte demostraron su determinación de luchar por la libertad y la dignidad humana.
Sophie Scholl era una chica bajita, con cara de niña, que sentía una gran tristeza por la situación que estaba viviendo su país. Su vida fue corta pero intensa. Una vida de pensamiento y reflexión. Una vida dedicada a proteger la libertad de expresión.
Conocí su historia el verano de 1988. Viajé a Leipzig, en la antigua República Democrática Alemana, para participar en un seminario que la escuela técnica superior ofrecía a estudiantes de germanística. Me llamó la atención un sello con dos rostros, uno de ellos, el de la mujer, con la cabeza inclinada hacia abajo. Esa tarde, sentados en las escaleras de la majestuosa Biblioteca Nacional de Leipzig, Ulrike, una de las profesoras que solía acompañarnos en nuestro tiempo libre para enseñarnos algo más que lengua y literatura, nos explicó esta historia. Aquel año yo acabada de cumplir 21 años. No podía imaginar lo que pudo llegar a sentir una chica tan joven viviendo ese tipo de experiencias. Me admiraba su capacidad de pensar por sí misma y defender sus opiniones personales pese a todo lo que ello pudiera suponer. Sophie Scholl fue una mujer muy valiente en un mundo oprimido por el odio.