Estamos acostumbrados a leer traducciones y no somos conscientes de ello. Y de eso se trata, de que no percibamos que ese texto no fue escrito en el idioma en el que lo estamos disfrutando. Un buen traductor es invisible al lector. Pero, ¿cómo pasamos desapercibidos?
En primer lugar, es importante saber a qué tipo de texto nos enfrentamos para decidir en qué contexto ubicarlo y cuál va a ser su uso final. De esa manera, podremos enmarcarlo en el estilo que lo define.
En un documento técnico prima la objetividad y la precisión. Gracias a un lenguaje sencillo y una sintaxis relativamente simple conseguiremos una claridad y una exactitud que infundirán fiabilidad y confianza en el lector. En este tipo de traducciones la finalidad primordial es transmitir información de forma rigurosa. La mayor dificultad en este caso será la terminología especializada, que deberemos investigar concienzudamente; primero, para situarla en un ámbito concreto y, de ese modo, disponer del campo temático que necesitamos y segundo, para encontrar un término en el idioma de destino, que a veces puede resultar harto difícil.
En un documento creativo lo más importante es la imaginación y el ingenio. Jugando con el lenguaje, con imágenes atractivas y figuras retóricas dibujaremos impresiones estéticas y artísticas que seducirán al lector. En estas traducciones el objetivo es crear belleza a través de las palabras, sugerir ideas, sensaciones y emociones. El reto es este caso es encontrar fórmulas que nos permitan trasladar el contenido produciendo además el mismo efecto que pretende el autor con su texto original, y para eso es imprescindible sumergirse plenamente en el contexto cultural del idioma al que estamos traduciendo. Y aquí es donde nos topamos con la famosa fidelidad.
Se habla mucho sobre la fidelidad del traductor. Es indiscutible que un traductor debe ser fiel al mensaje que desea transmitir el autor. En un manual de usuario o una patente resulta bastante fácil. Todo es objetivo, concreto y directo. No ocurre lo mismo en una campaña publicitaria o una novela. En este caso, el traductor debe lograr que el lector del texto traducido sienta lo mismo que el lector del original y, a menudo, esto nos obliga a cambiar el contenido y la forma.
Tendremos que hacer una adaptación imprimiendo un ritmo que transmita la frescura y naturalidad que harán que ese texto se lea como si fuera un original. Seremos fieles al sentimiento. Como en una partitura escrita para piano que queremos tocar al violín. La música es la misma pero tocada con un instrumento diferente. Con las palabras ocurre exactamente igual porque traducir es decir lo mismo que se ha dicho utilizando un medio distinto y sin que se note que no se dijo así.
Ese es el verdadero éxito de un buen traductor: pasar inadvertido. Somos un medio de transmisión. Aunque tengo que reconocer que, a veces, se hace necesaria nuestra intervención directa, de lo contrario, Niebla, el perro de Heidi, esa encantadora niña que vivía tan feliz en las montañas con su abuelo y sus cabritas, se llamaría José (Josef en la versión original en alemán). Nunca podría haberlo llamado así. Suerte que el traductor se hizo visible y cambió el nombre. Gracias.